Ilustración de Licha Matita |
El michusbool es un deporte, que consiste en hacer volar un pobre gato por los aires de una patada. De tal forma que pase por encima de un campo lleno de perros, criaturas peligrosas, obstáculos y abuelitas con paraguas. Es un deporte eufórico a cuyo campeonato se inscriben equipos clandestinos que vienen en representación de algún pueblo malvado. Gente perturbada que no puede dormir por la noche. Personas que sufren de ailurofilia. Esa enfermedad que le da a la gente inteligente cuando sienten un excesivo amor y fascinación por los gatos. Esas pequeñas personitas con garritas que sobreviven de la basura, mientras en secreto estudian a la humanidad.
Los equipos están compuestos por ocho lanzadores, treinta y siete gatos entrenados y una mujer embarazada. Como todo miembro de un equipo tanto los jugadores como los gatos deben vestir el mismo uniforme. Los primeros llevan un traje enterizo, que los protege de las agresiones constantes de los michus que luchan por librarse. Un típico traje parecido al de los que hacen artesanías con plutonio. El traje blindado trae el nombre del equipo al frente, el apellido del psicópata y un número en la espalda. A veces también llevan la publicidad de algún patrocinador demente, el nombre de la panadería del tío, o tan solo un letrero que dice "alquilo a mi mujer después de nueve la suegra va gratis". También llevan una gorra estúpida con orejas de gato y unos zapatos tenis como los que usan los basquetbolistas.
A los gatos los visten con una camisita flexible. La cual les deja libre las patas para correr y saltar. Por debajo y en derredor del cuerpo del gato; les amarran una goma inflable, cuyo objetivo es proteger al gato cuando se le lanza por los aires. Esta se infla al inicio del juego y cuando el gato cae al campo se desinfla y se suelta del gato por sí misma. Todo en un solo acto; mediante un sofisticado sistema de explosión controlada. Lo que a veces también asusta al gato.
Igual que sus entrenadores; a los gatos les colocan un gorrito, aunque estos casi siempre se les caen. Excepto cuando algún malvado se las ha pegado con silicona. Lo mejor de la indumentaria de los gatos son las Alas para planear y el propulsor en la cola. Estas se despliegan y recogen mediante un sofisticado sistema que detecta cuando el gato está en el aire o cae a tierra. Durante los partidos se pueden ver a los audaces gatos sobrevolando el estadio, van de un lugar a otro hasta que queman su combustible y se precipitan como una roca de pelos. Algunos por la experiencia de haber sobrevivido a infinidad de partidos, dominan bien el planeador que llevan en sus espaldas. Lo que les da la ventaja de poderse mantener en el aire por largo rato a salvo. Volando pasan incluso hasta por encima del público. Lo que enfurece a los malgeniados Peces Helicópteros, que no han podido imitar la tecnología. Estos miserables animales se cuelan en los partidos sin invitación, arremetiendo en el aire con violencia contra los pobres gatos. Obligándolos a bajar al campo a la fuerza, donde los gatos de experiencia no desean estar por sus terribles recuerdos de otros partidos. Y claro; por el temor natural a la muerte.
Pero los peces helicóptero no son el mayor problema para los participantes en el aire; para hacerlos caer rápido se han dispuesto en el estadio varios francotiradores que les disparan volitas de goma. Lo hacen para romperles las alas, para que se precipiten a tierra y compitan. Es aterrador nadie quiere caer, allá abajo los esperan trampas, laberintos, pepinos, serpientes, un cocinero chino y cuatrocientos perros entrenados para molestar gatos.
También para suavizar las cosas y evitar que los gatos huyan del campo; se entrenan águilas que se lanzan contra los fugitivos y los atrapan devolviéndolos al partido. No obstante, se han dado casos en el que los gatos sobornan a las águilas, para que no los devuelvan al campo de juego, lo que les ha hecho perder credibilidad. Razón por la cual algunos organizadores están empleando drones.
Ahora hablemos del funcionamiento del juego. Este inicia con el lanzamiento de los gatos de muestra (que no son otra cosa mejor, que los sobrevivientes del campeonato anterior). Cuando esto sucede, la multitud exclama desde las tribunas y se levanta de sus puestos, ofreciendo una marejada de aplausos y silbidos. La gente grita enaltecida, hacen apuestas y cuchichean. Los gatos nuevos en el deporte permanecen encerrados, por si las moscas, son vacunados con morfina. Los nuevos no tienen idea de lo que les viene encima.
El árbitro entona con su silbato la marcha fúnebre de Warner y los equipos enganchan al césped la primera tanda de gatos. Se forma una hilera larguísima de gatos asustados de todas las razas colores y tamaños. Los gatos están vestidos y temblando. Algunos oran por sus vidas. Detrás de cada uno hay un lanzador listo para soltar la pequeña catapulta. Un lanzamiento que tiene que llevar la fuerza precisa para elevarlo sin darle muerte. Suficiente para que recorra los sectores (donde hay perros y trampas esparcidas) y alcancen la puntuación deseada.
El campo de juego tiene las dimensiones de una cancha de futbol. De hecho, desde que se puso de moda el michusbool, ya nadie juega fútbol. Todos los estadios se han convertido en campos para este deporte. El chiste del juego consiste en lanzar el gato lo más lejos que se pueda del ataque de los perros que los esperan en tierra. El campo tiene como la forma de un complejo laberinto, de paredes trasparentes y espejos especiales, que crean multitud de efectos. Pero a diferencia de un laberinto común donde solo hay una ruta por la cual avanzar, en el michusbool es diferente, pues las divisiones y las paredes están conectadas entre sí por una intrincada red de tuberías (también trasparentes para poder ver a los gatos huyendo por ellas).
Hay muchas rutas para llegar a la meta, llegar a la meta significa vida para el gato. Perderse en el laberinto significa multitud de problemas. No hay ruta para arrepentirse.
El gato cuando cae en alguna de las secciones del campo, tiene la opción de escapar por un tubito, que bien puede ir por arriba de las cabezas de los perros, o por debajo de ellos, o por un lado, incluso hay unas tuberías que pasan por debajo de los pies del público en el estadio. Así nadie se pierde nada y la emoción aumenta. Lo que lo complica es que algunos perros; como los perros salchicha, también caven por estos tubos. Y por ellos se lanzan a perseguir gatos.
Ningún gato puede estar a salvo quedándose reposando en algún tubo, pues los perritos pequeños, entrenados para sacar a los gatos, se lanzan tras ellos con la intención de sacarlos al juego y morderlos. Claro, como los gatos no están mochos, la contienda se pone buena. Algunos gatos, a veces optan por enfrentarse a sus verdugos. Y ahí es cuando el público se pone eufórico, cuando se inician las peleas.
Bueno amigos ya empezó el partido, espero que lo hayan comprendido. Los dejo entonces en compañía del mejor narrador de nuestros tiempos.
—Si señores empezó el juego, ahí van al aire la primera tanda de gatos asustados, esto es hermoso. El ruido que hacen estos animalitos al unísono es música a mis oídos. —es un miauuuuuuuuuuuuuuu larguísimo, los fanáticos se ríen, se abrazan.
—William, esto a la vez que resulta apoteótico, también es muy conmovedor.
—Y muy gracioso. El primer lanzamiento es una de las mejores partes; el maullido inicial es esperado por todos, un disfrute total, ¡Ja, ja, ja!
—Si colega, ja, ja, ja... De lo que se están perdiendo los europeos. Mira allá va la segunda tanda de gatos al aire
—¡Miaauuuuuuuuuuuuuuuuuu!
—Ja, ja, ja. ¡Espectacular!
—Bueno Wilson, vale explicar para que los nuevos entiendan, que primero se lanzan dos tandas de gatos, pertenecientes a dos equipos. Se lanzan en total diez gatos por cada equipo. Ahora hay veinte gatos en el campo luchando por su vida. Luego se van lanzando los jugadores de los demás equipos a intervalos de cinco minutos, hasta que se completa el número de cien gatos en el campo de juego.
—¡Ja, ja, ja! ¡Ay! Primero cien gatos huyendo, peleando; contra quinientos perros, ¡Ja, ja, ja! ¡Increíble!
—Es verdad William, y el equipo al cual le sobrevivan más gatos, o al menos uno; gana el encuentro. Claro que sobra decir que también se pueden dar empates.
—Por cada encuentro que ganen, el equipo tiene derecho a lanzar en el próximo partido tres gatos más por cada gato sobreviviente. Y así van sucesivamente incrementando sus posibilidades de ganar el último partido definitivo, la final.
—Un campeonato dura un día, se realizan diez partidos. En el primer partido hay apenas cincuenta perros, que son de diferentes razas y antecedentes penales. En el segundo, tercero y el resto de los partidos, se agregan los otros perros.
—Lo que se vuelve una locura Wilson, pues se han dado casos en el que los gatos resultan siendo mayoría, los gatos terminan dándole una paliza a los perros. Bueno Wilson también se puede presentar que la ecuación gire a favor de los perros eliminando por completo toda posibilidad de que sobreviva algún gato.
—Cuando esto ocurre, los equipos participantes se van a penaltis. En un cubo trasparente, a amanera de rin, se enfrentan cinco gatos contra un mono en celo.
—Pero ocurren más cosas, este deporte es una bolsa de sorpresas. Bien sabemos que nadie olvida lo que sucedió en el campeonato del año pasado.
—Si William lo recuerdo, ¡Esa fue mundial! Los gatos alcanzaron un número de mil doscientos contra cuatrocientos perros. La batalla fue increíble, esa vez los perros fueron los que huyeron.
—En cambio los gatos, no quedando satisfechos y en afán de vengarse de los humanos, con toda razón pues estos son los que los conducen a esta barbarie. Se lanzaron en un ataque organizado contra las muchedumbres de las tribunas.
—Recuerdo como las barras bravas, las porristas, los árbitros, lo niños, las viejitas, la policía y el público en general; se encarnizó contra los mininos, los cuales parecían estar librando una batalla decisiva hacia la libertad. Recuerdo un gatico de corazón valiente, que se había pintado la cara de azul con rayas blancas.
—Mira Wilson, ese gato que lleva la delantera.
—¡Wow! Que habilidad para planear, se sacó tres perros y le dio un calvazo a la abuelita salvaje, ¿Cómo se llamará?
—Esperemos el acercamiento de la cámara... Ahí se lee en la camiseta Matil... Se llama Matildo...
—¿Ese no fue el gato qué se ofreció voluntariamente?
—Sí, creo que sí.
—Debe estar mal de la cabeza.