En casa vivía un animal que no soportaba, un gato inútil que al llegar a la senectud de sus días no servía para nada. Todo el tiempo lo perdía recargando su panza, durmiendo y estirándose los huesos donde le daba la gana. No colaboraba con los oficios del hogar ni ayudaba a pagar los servicios públicos. Tacaño, explotador, mantenido, Hipócrita. Dañaba las cosas y se hacía el inocente. Bebía también en exceso; se robaba las botellas de vino del sótano y con su mejor amigo se las hartaban a pico sobre el tejado. Ya enlagunado bajaba a gritar groserías para que le abrieran la puerta (miaauuuu).
Lo peor sucedía cuando perdía por completo la conciencia, pues volvía a llenar la botella con orines para que mi madre no se diera cuenta.
Al gato queríamos correrlo de la casa, pero el muergano no quería irse, tampoco trabajar, para que al menos colaborara en algo con sus daños. Ante cualquier problema volteaba el rabo o huía por un tiempo. Así solucionaba las cosas. No había tormento para él, nada le molestaba, era un fresco que se gozaba la vida.
En las mañanas cuando la chica de la limpieza hacía el aseo; el miserable gato con una pereza impresionante para evitar moverse; prefería que lo empujaran con el palo de la escoba hacia el cesto de la basura. En otras ocasiones como cosa de juego; se aferraba al tubo de caucho de la aspiradora. Enterrando sus garritas lograba que lo pasearan por toda la casa.
Él zángano no representaba ninguna utilidad y hasta a sus propios hijos los dejaba pasando necesidades. No le importaba que no tuvieran pelo para ponerse. Al infame no se le movía el corazón; mandaba a su gata a vender leche mientras él se quedaba durmiendo. Era tal su dejadez, que sus enemigos; los ratones; fornicaban frente a su trompa. Problema añadido el de los pelos que iba dejando en todos lados. Le pesaban tanto los huevos; que no era ya capaz de salir al patio hacer sus necesidades higiénicas. Razón por la cual la casa apestaba siempre a física mierda. Y cuando orinaba en la tasa no era capaz de bajar la palanca, con la excusa de que era para ahorrar agua. Pero era peor en las mañanas, pues se levantaba desde muy temprano hacer gárgaras. Duraba hasta una hora estremeciéndose las flemas para despertarnos de asco por pura maldad.
Él gato lo consideraban un peligro para la familia. Un riesgo para la buena conciencia y la espiritualidad. Porque causaba desesperación e intentaba ser como un juez; uno con mucha mugre en sus propios ojos para ver la corrupción de sí mismo. Era un gran manipulador, anarquista, traicionero, vividor, chismoso, ofensivo, charlatán, lengüilargo. Porque todo lo que escuchaba en casa; iba luego corriendo a contárselo al gato amigo suyo del vecino.
También se hizo asiduo consumidor de marihuana. Degenerado, oportunista. Lo odiaba. Nunca sabíamos a que atenernos con él. Cuando menos lo esperábamos; venía sigiloso hacia a nosotros y nos mordía los pies sin excusa alguna, o nos arañaba. Y ni para que contar sobre la forma en que torturaba a los animalitos que cazaba para luego abandonarlos muertos por la casa.
Yo se la tenía jurada a el mal nacido; sobre todo yo, que era con el que el gato se había metido mas. Lo que no encontraba era la forma de deshacerme de él. Las maldades que yo le hacia para espantarlo no lograban su objetivo. Resultaba difícil echarlo, mas aun con el apoyo de mi hermana que lo adoraba. Lo tenia consentido; le preparaba sopa hasta con tres menudencias, le compraba latas enteras de sardinas y hasta dejaba que durmiera con ella. No sabía qué hacer con la miserable bestia. Ciega; la pobre creía que tenía un gato con talento; porque había pintado algunos cuadros con los que se las daba de artista.
Mi hermana por eso lo amaba. Lo llamaba con ternura; "bebe venga michu michu michu Matildo venga bebe... michu michu". El gato entonces se le acercaba para que ella le levantara en brazos y le acariciara el hocico. Luego lo llevaba al sillón donde se acostaba con él a ver la televisión juntos, y ahí se extasiaban en juegos casi sexuales. Soplándole la panza lo lanzaba hacia arriba, lo apretaba, le tocaba la planta de las patitas, le sobaba la cabeza y hasta lo besaba. En fin, era como si estuviese enamorada del mezquino animal. El gato se aprovechaba de ella, la manipulaba para que le entregara a él todo el dinero de su trabajo. Mi hermana incluso decía que el gato era como un santo. El señor Carmancho, su mujer, Peluche gamín y mi persona; al contrario pensábamos que era; como un lobo vestido con piel de oveja. Un malvado al que había que mandar a recorrer las regiones tormentosas del MichusBool de una patada. Ella no se daba cuenta que el gato la usaba, así como usaba a otros gatos para darse la buena vida y un buen nombre entre los lugares y gatos que solía frecuentar, donde el gato crecía como mala hierba esperando ser cortada.
El animal también suavizaba su voz en imitación de otros gatos buenos que tenía como amigos. Creyendo que con esto jamás seria descubierto, se ideo la forma de mostrarse como un justo, para con ello alcanzar honores, mientras ocultaba las indolencias con las que conducía a la ignominia a su propia familia.
Debo ser honesto, debo confesar que el gato a pesar de que lo odiaba, había ratos en que sus travesuras me entretenían, hacía unas maldades que eran para morirse de la risa. No se podía negar que el gato era muy hábil, nadie podía atraparlo. Estaba seguro que esa porquería de gato con un buen entrenamiento podría hasta ganar el próximo campeonato de MichusBool. Esta fue mi gran idea, sacarle provecho al gato. Ya le habíamos dado suficiente, ya nos lo habíamos aguantado por muchos años. Ya era tiempo de que el gato nos devolviera el favor, que aportara algo. Que nos sacara de pobres. Si lograba convencer al gato para que participara en un juego; con sus extraordinarias habilidades para hacer el mal, era imposible que el gato no ganara. Y si no ganaba pues lo mas probable era que el gato pereciera en el intento, cualquiera de las dos cosas serian ventajosas. Claro que esto ultimo el gato no iba a saberlo. Ningún gato nuevo que se entrene para el MichusBool sabe lo que allá le espera. Una muerte segura con una ruta directa hacia un restaurante japones.
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