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sábado, 5 de enero de 2019

Deporte Extremo para GATOS

Ilustración de Licha Matita
El michusbool es un deporte, que consiste en hacer volar un pobre gato por los aires de una patada. De tal forma que pase por encima de un campo lleno de perros, criaturas peligrosas, obstáculos y abuelitas con paraguas. Es un deporte eufórico a cuyo campeonato se inscriben equipos clandestinos que vienen en representación de algún pueblo malvado. Gente perturbada que no puede dormir por la noche. Personas que sufren de ailurofilia. Esa enfermedad que le da a la gente inteligente cuando sienten un excesivo amor y fascinación por los gatos. Esas pequeñas personitas con garritas que sobreviven de la basura, mientras en secreto estudian a la humanidad.
   Los equipos están compuestos por ocho lanzadores, treinta y siete gatos entrenados y una mujer embarazada. Como todo miembro de un equipo tanto los jugadores como los gatos deben vestir el mismo uniforme. Los primeros llevan un traje enterizo, que los protege de las agresiones constantes de los michus que luchan por librarse. Un típico traje parecido al de los que hacen artesanías con plutonio. El traje blindado trae el nombre del equipo al frente, el apellido del psicópata y un número en la espalda. A veces también llevan la publicidad de algún patrocinador demente, el nombre de la panadería del tío, o tan solo un letrero que dice "alquilo a mi mujer después de nueve la suegra va gratis". También llevan una gorra estúpida con orejas de gato y unos zapatos tenis como los que usan los basquetbolistas.
   A los gatos los visten con una camisita flexible. La cual les deja libre las patas para correr y saltar. Por debajo y en derredor del cuerpo del gato; les amarran una goma inflable, cuyo objetivo es proteger al gato cuando se le lanza por los aires. Esta se infla al inicio del juego y cuando el gato cae al campo se desinfla y se suelta del gato por sí misma. Todo en un solo acto; mediante un sofisticado sistema de explosión controlada. Lo que a veces también asusta al gato.
   Igual que sus entrenadores; a los gatos les colocan un gorrito, aunque estos casi siempre se les caen. Excepto cuando algún malvado se las ha pegado con silicona. Lo mejor de la indumentaria de los gatos son las Alas para planear y el propulsor en la cola. Estas se despliegan y recogen mediante un sofisticado sistema que detecta cuando el gato está en el aire o cae a tierra. Durante los partidos se pueden ver a los audaces gatos sobrevolando el estadio, van de un lugar a otro hasta que queman su combustible y se precipitan como una roca de pelos. Algunos por la experiencia de haber sobrevivido a infinidad de partidos, dominan bien el planeador que llevan en sus espaldas. Lo que les da la ventaja de poderse mantener en el aire por largo rato a salvo. Volando pasan incluso hasta por encima del público. Lo que enfurece a los malgeniados Peces Helicópteros, que no han podido imitar la tecnología. Estos miserables animales se cuelan en los partidos sin invitación, arremetiendo en el aire con violencia contra los pobres gatos. Obligándolos a bajar al campo a la fuerza, donde los gatos de experiencia no desean estar por sus terribles recuerdos de otros partidos. Y claro; por el temor natural a la muerte.
   Pero los peces helicóptero no son el mayor problema para los participantes en el aire; para hacerlos caer rápido se han dispuesto en el estadio varios francotiradores que les disparan volitas de goma. Lo hacen para romperles las alas, para que se precipiten a tierra y compitan. Es aterrador nadie quiere caer, allá abajo los esperan trampas, laberintos, pepinos, serpientes, un cocinero chino y cuatrocientos perros entrenados para molestar gatos.
   También para suavizar las cosas y evitar que los gatos huyan del campo; se entrenan águilas que se lanzan contra los fugitivos y los atrapan devolviéndolos al partido. No obstante, se han dado casos en el que los gatos sobornan a las águilas, para que no los devuelvan al campo de juego, lo que les ha hecho perder credibilidad. Razón por la cual algunos organizadores están empleando drones.
   Ahora hablemos del funcionamiento del juego. Este inicia con el lanzamiento de los gatos de muestra (que no son otra cosa mejor, que los sobrevivientes del campeonato anterior). Cuando esto sucede, la multitud exclama desde las tribunas y se levanta de sus puestos, ofreciendo una marejada de aplausos y silbidos. La gente grita enaltecida, hacen apuestas y cuchichean. Los gatos nuevos en el deporte permanecen encerrados, por si las moscas, son vacunados con morfina. Los nuevos no tienen idea de lo que les viene encima.
   El árbitro entona con su silbato la marcha fúnebre de Warner y los equipos enganchan al césped la primera tanda de gatos. Se forma una hilera larguísima de gatos asustados de todas las razas colores y tamaños. Los gatos están vestidos y temblando. Algunos oran por sus vidas. Detrás de cada uno hay un lanzador listo para soltar la pequeña catapulta. Un lanzamiento que tiene que llevar la fuerza precisa para elevarlo sin darle muerte. Suficiente para que recorra los sectores (donde hay perros y trampas esparcidas) y alcancen la puntuación deseada.
   El campo de juego tiene las dimensiones de una cancha de futbol. De hecho, desde que se puso de moda el michusbool, ya nadie juega fútbol. Todos los estadios se han convertido en campos para este deporte. El chiste del juego consiste en lanzar el gato lo más lejos que se pueda del ataque de los perros que los esperan en tierra. El campo tiene como la forma de un complejo laberinto, de paredes trasparentes y espejos especiales, que crean multitud de efectos. Pero a diferencia de un laberinto común donde solo hay una ruta por la cual avanzar, en el michusbool es diferente, pues las divisiones y las paredes están conectadas entre sí por una intrincada red de tuberías (también trasparentes para poder ver a los gatos huyendo por ellas).
Hay muchas rutas para llegar a la meta, llegar a la meta significa vida para el gato. Perderse en el laberinto significa multitud de problemas. No hay ruta para arrepentirse.
   El gato cuando cae en alguna de las secciones del campo, tiene la opción de escapar por un tubito, que bien puede ir por arriba de las cabezas de los perros, o por debajo de ellos, o por un lado, incluso hay unas tuberías que pasan por debajo de los pies del público en el estadio. Así nadie se pierde nada y la emoción aumenta. Lo que lo complica es que algunos perros; como los perros salchicha, también caven por estos tubos. Y por ellos se lanzan a perseguir gatos.
   Ningún gato puede estar a salvo quedándose reposando en algún tubo, pues los perritos pequeños, entrenados para sacar a los gatos, se lanzan tras ellos con la intención de sacarlos al juego y morderlos. Claro, como los gatos no están mochos, la contienda se pone buena. Algunos gatos, a veces optan por enfrentarse a sus verdugos. Y ahí es cuando el público se pone eufórico, cuando se inician las peleas.
   Bueno amigos ya empezó el partido, espero que lo hayan comprendido. Los dejo entonces en compañía del mejor narrador de nuestros tiempos.
   —Si señores empezó el juego, ahí van al aire la primera tanda de gatos asustados, esto es hermoso. El ruido que hacen estos animalitos al unísono es música a mis oídos. —es un miauuuuuuuuuuuuuuu larguísimo, los fanáticos se ríen, se abrazan.
   —William, esto a la vez que resulta apoteótico, también es muy conmovedor.
   —Y muy gracioso. El primer lanzamiento es una de las mejores partes; el maullido inicial es esperado por todos, un disfrute total, ¡Ja, ja, ja!
   —Si colega, ja, ja, ja... De lo que se están perdiendo los europeos. Mira allá va la segunda tanda de gatos al aire
   —¡Miaauuuuuuuuuuuuuuuuuu!
   —Ja, ja, ja. ¡Espectacular!
   —Bueno Wilson, vale explicar para que los nuevos entiendan, que primero se lanzan dos tandas de gatos, pertenecientes a dos equipos. Se lanzan en total diez gatos por cada equipo. Ahora hay veinte gatos en el campo luchando por su vida. Luego se van lanzando los jugadores de los demás equipos a intervalos de cinco minutos, hasta que se completa el número de cien gatos en el campo de juego.
   —¡Ja, ja, ja! ¡Ay! Primero cien gatos huyendo, peleando; contra quinientos perros, ¡Ja, ja, ja! ¡Increíble!
   —Es verdad William, y el equipo al cual le sobrevivan más gatos, o al menos uno; gana el encuentro. Claro que sobra decir que también se pueden dar empates.
   —Por cada encuentro que ganen, el equipo tiene derecho a lanzar en el próximo partido tres gatos más por cada gato sobreviviente. Y así van sucesivamente incrementando sus posibilidades de ganar el último partido definitivo, la final.
   —Un campeonato dura un día, se realizan diez partidos. En el primer partido hay apenas cincuenta perros, que son de diferentes razas y antecedentes penales. En el segundo, tercero y el resto de los partidos, se agregan los otros perros.
   —Lo que se vuelve una locura Wilson, pues se han dado casos en el que los gatos resultan siendo mayoría, los gatos terminan dándole una paliza a los perros. Bueno Wilson también se puede presentar que la ecuación gire a favor de los perros eliminando por completo toda posibilidad de que sobreviva algún gato.
   —Cuando esto ocurre, los equipos participantes se van a penaltis. En un cubo trasparente, a amanera de rin, se enfrentan cinco gatos contra un mono en celo.
   —Pero ocurren más cosas, este deporte es una bolsa de sorpresas. Bien sabemos que nadie olvida lo que sucedió en el campeonato del año pasado.
   —Si William lo recuerdo, ¡Esa fue mundial! Los gatos alcanzaron un número de mil doscientos contra cuatrocientos perros. La batalla fue increíble, esa vez los perros fueron los que huyeron.
   —En cambio los gatos, no quedando satisfechos y en afán de vengarse de los humanos, con toda razón pues estos son los que los conducen a esta barbarie. Se lanzaron en un ataque organizado contra las muchedumbres de las tribunas.
   —Recuerdo como las barras bravas, las porristas, los árbitros, lo niños, las viejitas, la policía y el público en general; se encarnizó contra los mininos, los cuales parecían estar librando una batalla decisiva hacia la libertad. Recuerdo un gatico de corazón valiente, que se había pintado la cara de azul con rayas blancas.
   —Mira Wilson, ese gato que lleva la delantera.
   —¡Wow! Que habilidad para planear, se sacó tres perros y le dio un calvazo a la abuelita salvaje, ¿Cómo se llamará?
   —Esperemos el acercamiento de la cámara... Ahí se lee en la camiseta Matil... Se llama Matildo...
   —¿Ese no fue el gato qué se ofreció voluntariamente?
   —Sí, creo que sí.
   —Debe estar mal de la cabeza.

miércoles, 7 de febrero de 2018

VIAJE AL FUTURO POR BORRACHERA CUANTICA


La noche en que al profesor lo dejó la mujer se le fue la mente. Había mezclado por despecho Jarabe para la tos con Aguardiente de caña, emulsión de Scout,  ron y mentol. Mistolín, limpiador, gasolina, Tiner y chicha de Arroz. Además de añadirle una parte del frasquito de Menticol que usaba como loción junto con la botella sagrada de yerbas medicinales con alcohol alcanforado y marihuana, empleada por su mujer para apaciguar el eterno dolor de cabeza mediante un artificio metafísico inconsciente.
 Habiendo terminado la poción desenfundó el machete con estilo, elevándolo por encima del hombro y blandiéndolo con fuerza contra una ramita coposa de mata ratón, la cual deshojó en el acto con tres tajos verticales. Después agarrándola por uno de sus extremos la introdujo al perol —donde había hecho el revoltijo— para darle vueltas a su menjurje de porquería, dibujando una parsimonia sacerdotal que culminó cuando lanzó sobre el brebaje la señal de la muerte y los secretos sagrados de la santísima prostituta.
Sacó el pocillo tintero de peltre que casi siempre guardaba en la bolsa derecha del pantalón —para pedir café—, y lo limpió con el borde de la camisa, tiró un escupitajo al suelo y sumergió la tasa hasta dejarla rebosante. De inmediato se sacudió la nariz cinco veces en un acto compulsivo suscitado durante la niñez. Levantó el pocillo hasta la boca, ofreciéndolo a su dios viernes lo probó y le pareció que estaba bueno. Se bebió todo el contenido de la tasa de un sólo golpe. Los ojos se tornaron sonrientes y la cara se le arrugó más de la cuenta. Se puso contento. Pronto olvidó que su mujer lo había abandonado y respiró un poco con la ilusión de creer que había inventado el elixir de la eterna borrachera. Ya no tendría que volver a gorrearle a nadie, ni alquilar su burra para propósitos contranaturales. Pues con semejante invento permanecería ebrio de por vida.
 Llenó una pimpina amarilla con casi tres litros, de aquellas en las que viene envasado el aceite Cuatro Tiempos. La guardó en el costal y salió dando tumbos por la calle quinta —la principal del pueblo—. Tenía esa expresión socarrona de aquel que ha hecho una maldad; sonriente, la frente arrugada, los ojos saltones. Como siempre, también se había untado abundante desodorante —de aquel clásico Yodora que a nadie ya le gusta—, pero a pesar de eso seguía dejando por su trayecto el tufo agrio de la fermentación nauseabunda de su sobaco indómito.
Por encima de su cabeza pasaron un grupo de hojas secas aventadas por la brisa nocturna. Enseguida elevó la mirada y dijo: "¡pájaros malparidos! ¡Váyanse a dormir!". Gritando esto pensó por un momento que los pájaros se estaban extinguiendo por culpa del agujero en la capa de ozono, por lo que había que hacer algo antes que se acabaran los chulos y nos obliguen a nosotros mismos tragarnos los cadáveres de los perros muertos para poder así evitar el hedor insoportable de la mortecina.
 Pronto quedó borracho, tanto que se salió de su tiempo, de su espacio y consciencia, cruzando el telar invisible que separa una dimensión de otra sus pensamientos sintonizaron la frecuencia de los Taquiones (Que son estas partículas que se mueven hacia atrás en el tiempo). Su mente plasmática percibió los corpúsculos, saco las manitas y se coló en sus espacios vacíos, convirtiéndolo en el primer viajero temporal sin cuerpo.
Y estuvo donde ningún otro pendejo ha estado antes; el futuro y más allá y quién sabe dónde. Lugar en el que vio todos los monumentos del mundo ahí reunidos, junto con toda suerte de obras de arte y huevonadas que a la gente le gusta mirar. Aunque no se lo crean, alguien con mucha plata los había comprado. Estaba la Torre Eiffel, la Gran Muralla China, la Estatua de la Libertad, los Gordos en pelota, las Pirámides de Egipto… y otro montón que él ya no recuerda. Todas esas artesanías reunidas tan sólo para atraer turistas.
Donde observo una casa que le llamó la atención, pues resultaba muy rara. Era como una torre destartalada que fue construida con bloques de cemento, ladrillo quemado, tapia pisada, laminas de zinc y madera fermentada. Una habitación encima de la otra a lo que la chambonada diera; media chueca, sostenida por los aires por cuervos enfermizos y horquetas recostadas, sin columnas de hormigón ni concreto reforzado. Una casa con la que su dueño pretendía llegar al cielo para tocar las nubes y recoger agua directamente de ellas con una cubeta, hielo cuando hiciera mucho calor y electricidad de los rayos para no tener que pagar la factura de  la luz, ni ningún otro servicio público. A tal hombre se le había metido en los sesos llevar su morada hasta las nubes porque el calor del pueblo le resultaba insoportable. Pensaba que de esa manera podría darse el lujo de tener clima frío en su cúspide —como el de Ocaña—, pudiendo así cultivar tomates en la terraza y papa criolla para fritar al desayuno. Tal tipo estaba seguro que cuando la casa alcanzara el cielo, sería llamada "Maravilla" —En tal futuro todo mundo estaba entusiasta con esto— y a él por ser su constructor le darían títulos honorables como el hombre increíble, señor talentoso, ilustre, genio, quien es como Superman, casi un dios. Su objetivo era ganar fama para darse ínfulas de grandeza, hacerse un hombre célebre a quien todo el mundo quisiera y rindiera pleitesía. Uno a quien saludaran con devoción piadosa cuando pasara cerca, Quería ser una deidad falsa a si como el papa. Una al que las mujeres amarían por su ingenio..  Uno al que entrevistarían por la mañana en Ondas del César —La emisora local— para preguntarle de dónde había sacado la inspiración para tan estupenda obra. Uno al que premiarían con un pomposo diploma enmarcado en madera de tamarindo, para que cuando sus amigos lo vieran se les hiciera agua a la boca. Con su obra establecida ya no sería simplemente el pintor fracasado, ahora tendrían que llamarlo "El Ilustre". Aquel que no necesitó estudiar para hacer arte —Porque el conocimiento lo traía en la sangre—. Monumento este que desafiaría la gravedad y las fronteras de lo absurdo. Hecho según él hasta para resistir el mismísimo Armagedón —le resultaba mejor idea que esconderse en las cuevas—. Pero paso que con el primer porrazo de aguacero la casa se le vino abajo, con todo y remiendos y bloques sin pañete y mugre y cucarachas radioactivas —Las hijas de las hijas de las sobrevivientes de Hiroshima—, y los doscientos cuervos energizados que durante la tormenta tiraban de ella, y los cachivaches viejos de “Chela la Cotúa” y los inquilinos dementes del décimo piso y las putas del cuarto junto con los traficantes del sexto. De manera que el ilustre quedó aplastado entre sus ruinas. Y las ruinas llegaron a ser lugar de cosas inmundas y orinar de borrachos, dormitorio de cocha, baño público de animales y lugar de encuentro para hacer groserías. También miro personas volando y gatos que a manera de deporte eran aventados por los aires de una patada. Y sanitarios andantes que circulaban por las calles llevando cagones exhibicionistas. Y prostitutas con quinientos usos de licras trasparentes. Y bandas de rock predicando el evangelio del fin del mundo.  Y sacerdotes disc-jockey que precedían la misa con mezclas de música electrónica y hostias de cocaína. Y la ciudad era gobernada por un demonio virgen hecho de aluminio reciclado. Y todos estaban entregados a la fiesta y a la celebración de la vida por los placeres infinitos del pecado. Y por todo lado había volitas de publicidad de luces de colores, que se agitaban y te perseguían por donde quisieran. Y en los almacenes se podía comprar ninfas recién clonadas y plantas que brotaban senos, nalgas y vaginas como frutos delicados.

 Edwin B. Quintero

miércoles, 24 de enero de 2018

Receta para en caso de una guerra nuclear cocinar un gato viejo

La ciudad es arrasada culpa de un accidente con una bomba atómica, que sin querer se le disparo a un país vecino. Un tipo y un gato son los únicos con vida, separados el uno del otro por unos cuantos kilómetros. No tendremos en cuenta cómo fue que sobrevivieron, ni el hecho de que la radiación no les afecte, el asunto de esta historia será que el hombre y el pobre animal tienen mucha hambre.

Pasado un tiempo el gato se ha buscado la vida como mejor puede. Ha sobrevivido comiendo cucarachas, grillos y restos de seres humanos muertos. Innegable que al Michu le ha ido bastante bien, ha sabido arreglárselas y está hasta más gordito. Su panza le salta cuando corre y ha tenido la suerte de encontrar muchos cadáveres, con los que se ha alimentado sin prejuicios. Se ha convertido en un devorador de personas muertas, un carroñero de nuestros restos, tejidos y piel.

Encuentra un brazo y lo lleva a rastras a donde se ubica su refugio: La Carrocería descolorida de un Renault 12 que voló por los aires por el impacto. En el interior del coche empieza a comerse lo que queda del brazo, los deditos mmm están sabrosos, el minino ronronea del festín, y aunque están un poco duros le resultan suficientes para aplacar sus tripas.

Al hombre en cambio le ha ido como a los puercos. Ha sobrevivido masticando únicamente hierba. Por el día camina hasta lo que quedó de la sabana, y en ella pasta en sus desdichados campos como si fuese una vaca. Muy similar a lo que le paso al rey Nabucodonosor. El pobre hombre ya medio loco encuentra la cabeza hueca del enorme morrocoy que antes era un monumento del pueblo y se la coloca como un casco. A veces le invade mas fuerte la locura, tiene pensamientos que golpean su cabeza. Sueña con un trozo de carne asada con papas cosidas, imagina la presa asándose encima de la parrilla, mientras lentamente se dora. Percibe su olor, su nariz es cautiva por el torbellino del sazón. Sus intestinos le dicen: "Échale mano a esa carne antes que te salga una úlcera". El estomago le presiona también y el hombre como en un espejismo alarga la mano para agarrar la presa, la cual cobrando vida reacciona veloz, da un salto y se tira al suelo. Donde le salen largas patas y corre emitiendo de alguna forma esta cacofonía; wiiiipi wiiiipi wiiiipi. Siguiendo la estela de la presa esta ha desaparecido.

No es la primera vez que lo ha asaltado tan rara visión, ya antes se habría batido en duelo de esgrima con una Longaniza.

Por esto que la mente le ha recreado, el tipo ya no aguanta mas, está harto que la comida huya de él. Desesperado grita, tira piedras y se da en la frente con un muro hasta hacerse sangre. Cuando está decidido acabar con su vida; oye el leve sonido de un maúllo que le distrae, mira hacia abajo y hay un pedazo de gato anaranjado bebiéndose su sangre. Malnacido eres tu otra ves —le grita— y como si del juego del MichusBool se tratara lo avienta por los aires. El gato emite un largo miau de dolor, típico sonido del animal arrojado de una patada a un par de metros.

Su estómago le vuelve hablar: "eso es comida ve por él". Le mira como está echado en el suelo. Decide hacer caso a su apetito, ya que ya no es persona civilizada. Se olvida del amor que se le debe dar a los animales de compañía. Coge el gato pero no cuenta con que el gato se defiende sacando las garras. Sin embargo el hombre antes era un experto en manejar gatos, había devorado en el pasado; "La Enciclopedia ilustrada de cómo pelear con gatos en días aburridos". Ese tratado lo dejó ducho en la materia. Coge al minino por las cuatro patas y aprieta su cuello por encima simulando una mordedura y lo domina.

Ahora el hombre se pregunta cómo prepararlo.

Puede hacerse un gato a la Broaster con papas a la francesa, guisarlo en salsa de tomate, hacerse un sancocho. Se ilusiona con esto, se saborea internamente. Pero luego cae en cuenta que es imposible tales recetas, recuerda que la deflagración ha acabado con todo.

Se le hace mas difícil aún tener que matar al animalito, el no es capaz. Piensa que si fuese un conejo sería sencillo, pues ya se maneja que estos se comen y no da tanto pesar. Pero matar un gato en verdad que trae inquietud. Es una crueldad, los gatos son como pequeñas personitas.

Ah! pero la fuerza del hambre es a veces más poderosa que la moral. Para evitar la mortificación de la conciencia, se le ocurre disfrazar al gato de gallina.



domingo, 21 de enero de 2018

Recomendación para correr a su mascota de la casa

En casa vivía un animal que no soportaba, un gato inútil que al llegar a la senectud de sus días no servía para nada. Todo el tiempo lo perdía recargando su panza, durmiendo y estirándose los huesos donde le daba la gana. No colaboraba con los oficios del hogar ni ayudaba a pagar los servicios públicos. Tacaño, explotador, mantenido, Hipócrita. Dañaba las cosas y se hacía el inocente. Bebía también en exceso; se robaba las botellas de vino del sótano y con su mejor amigo se las hartaban a pico sobre el tejado. Ya enlagunado bajaba a gritar groserías para que le abrieran la puerta (miaauuuu).

Lo peor sucedía cuando perdía por completo la conciencia, pues volvía a llenar la botella con orines para que mi madre no se diera cuenta.

Al gato queríamos correrlo de la casa, pero el muergano no quería irse, tampoco trabajar, para que al menos colaborara en algo con sus daños. Ante cualquier problema volteaba el rabo o huía por un tiempo. Así solucionaba las cosas. No había tormento para él, nada le molestaba, era un fresco que se gozaba la vida.

En las mañanas cuando la chica de la limpieza hacía el aseo; el miserable gato con una pereza impresionante para evitar moverse; prefería que lo empujaran con el palo de la escoba hacia el cesto de la basura. En otras ocasiones como cosa de juego; se aferraba al tubo de caucho de la aspiradora. Enterrando sus garritas lograba que lo pasearan por toda la casa.

Él zángano no representaba ninguna utilidad y hasta a sus propios hijos los dejaba pasando necesidades. No le importaba que no tuvieran pelo para ponerse. Al infame no se le movía el corazón; mandaba a su gata a vender leche mientras él se quedaba durmiendo. Era tal su dejadez, que sus enemigos; los ratones; fornicaban frente a su trompa. Problema añadido el de los pelos que iba dejando en todos lados. Le pesaban tanto los huevos; que no era ya capaz de salir al patio hacer sus necesidades higiénicas. Razón por la cual la casa apestaba siempre a física mierda. Y cuando orinaba en la tasa no era capaz de bajar la palanca, con la excusa de que era para ahorrar agua. Pero era peor en las mañanas, pues se levantaba desde muy temprano hacer gárgaras. Duraba hasta una hora estremeciéndose las flemas para despertarnos de asco por pura maldad.

Él gato lo consideraban un peligro para la familia. Un riesgo para la buena conciencia y la espiritualidad. Porque causaba desesperación e intentaba ser como un juez; uno con mucha mugre en sus propios ojos para ver la corrupción de sí mismo. Era un gran manipulador, anarquista, traicionero, vividor, chismoso, ofensivo, charlatán, lengüilargo. Porque todo lo que escuchaba en casa; iba luego corriendo a contárselo al gato amigo suyo del vecino.

También se hizo asiduo consumidor de marihuana. Degenerado, oportunista. Lo odiaba. Nunca sabíamos a que atenernos con él. Cuando menos lo esperábamos; venía sigiloso hacia a nosotros y nos mordía los pies sin excusa alguna, o nos arañaba. Y ni para que contar sobre la forma en que torturaba a los animalitos que cazaba para luego abandonarlos muertos por la casa.

Yo se la tenía jurada a el mal nacido; sobre todo yo, que era con el que el gato se había metido mas. Lo que no encontraba era la forma de deshacerme de él. Las maldades que yo le hacia para espantarlo no lograban su objetivo. Resultaba difícil echarlo, mas aun con el apoyo de mi hermana que lo adoraba. Lo tenia consentido; le preparaba sopa hasta con tres menudencias, le compraba latas enteras de sardinas y hasta dejaba que durmiera con ella. No sabía qué hacer con la miserable bestia. Ciega; la pobre creía que tenía un gato con talento; porque había pintado algunos cuadros con los que se las daba de artista.

Mi hermana por eso lo amaba. Lo llamaba con ternura; "bebe venga michu michu michu Matildo venga bebe... michu michu". El gato entonces se le acercaba para que ella le levantara en brazos y le acariciara el hocico. Luego lo llevaba al sillón donde se acostaba con él a ver la televisión juntos, y ahí se extasiaban en juegos casi sexuales. Soplándole la panza lo lanzaba hacia arriba, lo apretaba, le tocaba la planta de las patitas, le sobaba la cabeza y hasta lo besaba. En fin, era como si estuviese enamorada del mezquino animal. El gato se aprovechaba de ella, la manipulaba para que le entregara a él todo el dinero de su trabajo. Mi hermana incluso decía que el gato era como un santo. El señor Carmancho, su mujer, Peluche gamín y mi persona; al contrario pensábamos que era; como un lobo vestido con piel de oveja. Un malvado al que había que mandar a recorrer las regiones tormentosas del MichusBool de una patada. Ella no se daba cuenta que el gato la usaba, así como usaba a otros gatos para darse la buena vida y un buen nombre entre los lugares y gatos que solía frecuentar, donde el gato crecía como mala hierba esperando ser cortada.

El animal también suavizaba su voz en imitación de otros gatos buenos que tenía como amigos. Creyendo que con esto jamás seria descubierto, se ideo la forma de mostrarse como un justo, para con ello alcanzar honores, mientras ocultaba las indolencias con las que conducía a la ignominia a su propia familia.

Debo ser honesto, debo confesar que el gato a pesar de que lo odiaba, había ratos en que sus travesuras me entretenían, hacía unas maldades que eran para morirse de la risa. No se podía negar que el gato era muy hábil, nadie podía atraparlo. Estaba seguro que esa porquería de gato con un buen entrenamiento podría hasta ganar el próximo campeonato de MichusBool. Esta fue mi gran idea, sacarle provecho al gato. Ya le habíamos dado suficiente, ya nos lo habíamos aguantado por muchos años. Ya era tiempo de que el gato nos devolviera el favor, que aportara algo. Que nos sacara de pobres. Si lograba convencer al gato para que participara en un juego; con sus extraordinarias habilidades para hacer el mal, era imposible que el gato no ganara. Y si no ganaba pues lo mas probable era que el gato pereciera en el intento, cualquiera de las dos cosas serian ventajosas. Claro que esto ultimo el gato no iba a saberlo. Ningún gato nuevo que se entrene para el MichusBool sabe lo que allá le espera. Una muerte segura con una ruta directa hacia un restaurante japones.

jueves, 11 de enero de 2018

II ENCUENTRO DE POETA Y ESCRITORES EN AGUACHICA 2017

Se llego al tiempo en que ya
no había espacio para mas hijos.
El rey entonces arreglo,
que transformaran la Luna
también en paraíso.

Edwin B. Quintero
Y pasaron 200 mil millones de años.
A las estrellas se les agoto el combustible,
pero nosotros todavía respirábamos.

Edwin B. Quintero