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domingo, 19 de marzo de 2017

A manera de Biografia

Edwin B. Quintero, nació en Aguachica  Cesar.
Este milagro del que hoy su familia se
arrepiente y las mujeres agradecen; ocurrió en los tiempos en que todavía no se había desquiciado el clima. Los días aquellos en que se jugaba con la lluvia; deslizándose de panza por los andenes. Su madre no aguantándoselo mas, lo parió una tarde de noviembre, dentro de una casa destartala de tapia pisada y zinc donde las goteras hacían cola para caer. Lo que se volvió costumbre; cuando llegaban las amigas la mamá se lo sacaba de la barriga para mostrarlo y cuando se iban lo volvía a guardar.

En el 2004 resulto  Ganador del Concurso de Literatura Umpala - Bucaramanga. En 2008 Finalista en el concurso de cuento corto "en el cesar todos estamos en el cuento"". En 2011 su libro de ficciones sobre Gatos y otros cuentos, fue seleccionado por la convocatoria de autores cesarences de la Biblioteca Rafael Carrillo Duque De Valledupar. Sus textos han aparecido en el periódico Vanguardia Liberal, en la revista de Humanidades de la UIS, la revista Bestiario del Brasil, la revista Píndaro de la UDI y diversos medios digitales, como la revista palabrero virtual entre otros. Ha realizado tambien cortometrajes de cine para los concursos "Smarfilms" y "7 crown". Es autor de la novela "La Plata" que es inedita y la tiro a la basura meses atras, y de la novela "Codigos ocultos" que tambien tiro a la basura.

Actualmente trabaja desde hace algun tiempo en una nueva novela. Donde compila algo de las otras dos novelas. Espera que esta vez le vaya mejor.

martes, 7 de marzo de 2017

Una de esas tardes en el colegio

Una mentira, un menosprecio, es todo lo que se necesita para perder el interés por alguien. Matilda, una muchachita de dieciséis años; morena, de ojos negros grandes y alienígenas; Se había pasado toda la mañana buscando quien le prestara un uniforme del colegio, del colegio del joven de quien estaba enamorada. Tenía las intenciones de infiltrarse al mismo, para entregarle una carta de amor en la que le descargaba todas sus agonías y desvelos. Todo estaba bien craneado. Entraría el viernes, que era día cultural y había una fiesta (una miniteka, eran los años noventa). Entraría por el portón grande como cualquier estudiante, quien podría notarlo si era una dulzura en uniforme. Se puso bien la falda, la uso larga, decente, para no llamar la atención con sus doradas piernas, la blusa amarilla se la abotono como una monja, las medias se las subió a las rodillas y paso la entrada sonriente.
Matilda se complicaba, podría entregar la carta a la salida sin
tomar ningún riesgo, pero no, ella no era tan simple, así no tenia
valor el amor, pues todo acto de amor debe ser presidido como era de esperarse por un acto de locura que acreciente los eventos. No hay duda que a Matilda le gustaba buscar emociones, su historial de visitas a la Psicoorientadora escolar, daban mucho de que hablar. La nena tenia una lucha constante por conseguir serotonina.
A Gustavo le iba a impresionar su osadía -pensaba Matilda- tal como a ella le fascino la vez en el que él muchachito salto la reja del "Guillermo León Valencia", para tomarse una gaseosa con ella en el recreo. Pero la seguridad del Camposerrano era mejor. El colegio estaba completamente encerrado con paredes altas, protegidas en su cima por una barricada de botellas partidas. Una barrera insuperable para su estatura, fuerza y debilidad, pero no para su malicia y belleza indiscutible. Un disfraz es la mejor forma, razono. "Me pondré el uniforme de las colserranistas y nadie se dará cuenta, hasta tengo amigas en ese colegio que me pueden hacer el dos, hahaha como me voy a divertir". Y créanme se divirtió.
En la fiesta Gustavo, un joven huesudo, alto y muy gracioso; estaba con otra chica y luego (mientras Matilda le observaba furiosa, escondiéndose entre la multitud de sudores que la empujaban de aquí para allá como si no valiera nada para nadie), él la beso. Matilda entonces perdió la cabeza y salio corriendo. Quien la manda enamorarse tan pequeña. Matilda apretaba los puños, estaba vehemente, corrió por los pasillos buscando algo para desahogarse. Encontró la cocina y la sala de profesores abierta. Tomo un kilo de sal y lo vertió completo en el termo de café de los docentes. Tiro todo lo que se encontró a su paso. La nena tenia la ventaja por la fiesta de hallarse todas las áreas del colegio en soledad. De inmediato bajo al parquedero, se proveyó en la basura; de una botella plástica de gaseosa de tres litros y medio vacía, la lleno de gasolina soltando la manguera que del tanque de una moto bajaba hasta el carburador, y con ella le prendió candela al quiosco del colegio y a la biblioteca. Lo hizo porque Gustavo amaba esa biblioteca. Ya mas tranquila volvió a la fiesta sonriente, como si nada hubiera hecho coqueteo con un chico para desquitarse. Pero no alcanzo, pues las llamas de su furia atrajeron la atención de todos, ya que el viento hizo que las paginas quemadas, volaran como semillas aerodinámicas hasta la cancha donde se realizaba la fiesta. Matilda logro mirar a Gustavo a los ojos, trasmitiendole mediante sus ojos satisfechos que ella era la culpable.
Las paginas de cientos de libros carbonizados siguieron cayendo como una magnifica lluvia de conocimientos perdidos. Nada podía ser mejor que esto. Las caras negras, los uniformes sucios. El sueño de todo niño desjuiciado se estaba cumpliendo.

Edwin B, Quintero

miércoles, 1 de marzo de 2017

Los extraños frutos del palo de papaya

Del palo de papaya florecieron unos peces frescos. Azules, largos y brillantes. El primero en descubrirlos fue mi pequeño hermano Heiver. El niño se levanto temprano a jugar con sus carritos en el solar (de la casa de la carrera 37) como era su costumbre. Mientras delineaba complicadas autopistas (por la tierra negra y húmeda) escucho unos aletazos por lo alto de su cabecita. Elevo la vista y se estremeció, pero no por susto; sino de la impresión que le causaba ver pescados vivos colgando de uno de los palos de papaya.
El niño empezó a gritar para llamar la atención, pero como nadie le había escuchado; resolvió tirarles piedras. Estos chillaban cuando se les golpeaba. A Heiver le siguió gustando, y los maltrato un rato por mero placer vicioso.
En esas me levante para orinar y luego volver a la cama. Fue en esas cuando divise a mi hermanito a lo lejos, estaba encarnizado tirando piedras. Le grite que dejara los pájaros quietos.
- no son pájaros exclamo extasiado.
-Ah no? entonces que son ¿iguanas?. 
-nada de eso... son unos papaya-pescados que nacieron hoy ven a mirarlos.
-Unos papaya que... chino loco.
¡Increíble! ahí estaban colgando cada uno de su pedúnculo independiente. Recibiendo agua y alimento de la planta madre como si fueran unas frutas cualquiera. 
Mi mamá no se lo podía creer, la llevé a qué los viese y enseguida se desmayó del susto. 
Asombroso! de un simple palo de papayas habían salido peces tiernos y al acercarnos movían sus aletas.
Cuando nuestra madre despertó, tenía la cara descompuesta y al volver a mirar los animales se echo encima la señal de la muerte; la cruz. Y corrió hacia la cocina, buscó el machete y se lanzó como una loca a cortar el palo de papaya.Yo se lo impedí cogiéndola del brazo y me moleste con ella porque no quería que los matara.
-¡Suéltame! no te das cuenta del peligro... tenemos que cortarlos.
-No los mates mamá grito mi hermanito Heiver y agrego entusiasmado: que tal que sean Pokemones.
A pesar de todo mi mamá no desistió de su idea original, quería destazarlos, deshacerse de lo que a su parecer eran unos mutantes peligrosos, les temía y quería deshacerse de ellos a como diera lugar. Pensaba que podían contagiarnos alguna enfermedad. Por tal temor fue que me vi obligado a hacerles guardia.
No puedo negar que los peces se veían sabrosos, cuando llovía las escamas les brillaban con singular ilusión y sus cuerpos cada vez más gordos a medida que crecían, era una tentación al paladar que evitaba a toda costa, pues tener unos peces vivos colgando de un árbol, colgando como aguacates; era una maravilla que no se podía dar todo el mundo. Una rareza como esa tendría que valer millones.
Con aquel argumento fue que logré persuadir a mi mamá para que dejara los prejuicios contra las criaturas. Por un tiempo decidimos guardar el secreto, nadie se podía enterar hasta saber como sacarles provecho.
Por desgracia nos demoramos mucho pensando la forma, los peces se maduraron y una mañana los encontramos a todos revolcándose en el suelo. Lastima. 
Sin embargo estaban sabrosos, todavía recuerdo la cara de Lucha chupándose los dedos.


Edwin B. Quintero

Domino

Domino

Una a una a la mesa caen
tras un golpe inteligente
buscando un lado semejante
un parentesco que no es por suerte

Los jugadores beben cerveza
la levadura aumenta la emocion
hay humo levitando
y manos discretas que esconden estrategias

Rostros que poco se miran
cada uno en lo suyo
liderando su propia batalla
una sin sangre ni llantos de mujer preñada

Hueso sobre madera
por dos destinos con un mismo fin
que deanbula en las cuatro cabezas
por la esperanza de ganar.

Edwin B. Quintero

Operación Margarita

Esta no es Margarita, es Luna. 
No siempre fui bueno con los animales, de niño participe en un evento del cual me siento hoy arrepentido. Aunque debo confesar sin temor a que me juzguen mal, que también al recordarlo me causa un poco de risa. La operación margarita.
Margarita era una perra de segunda mano, producto de la mezcla de un Frespuder con perro chirrette. No era para nada bonita, se veía mejor una bolsa de basura (rota por abajo) que esta criatura. Con el tiempo la perra se convirtió en un problema, pues le dio sarna y su horror y hedor aumento a niveles insoportables. Mi hermano a quien ese tiempo le decíamos “Hicha” por su parecido con los chimpancés, se le fijo en la mente la idea de que debíamos deshacernos de ella por vergüenza. Y también porque quería traer otro perro a casa, uno mas grande, de raza, un perro de esos que llaman finos que pudiera sacar con una correa por la avenida para chicanear. Ademas Margarita tenia un defecto grande; le gustaba defecar encima de las camas. Bien fea la condenada, con sarna y de ñapa defecadora, eso era suficiente; teníamos bases solidas para juzgarla. Hasta mi papá estuvo de acuerdo. No seria fácil, pues mi mamá si la quería así toda enferma, y no le importaba que fuera un peligro para sus hijos. La margarita era como una hija para ella, tenía la misma afección que mi hermana por aquel gato maligno que ayudamos a suicidarse. Con la diferencia que Margarita gozaba de una mejor posición que aquel. La perrita tenia su lugar bien establecido en la casa, ah pues "la consentida". " tan linda como le luce esa costra en la cabeza... la sarnosa consentida de la casa".
El día de la perra llego, la mañana lucia despejada, cuando el camión de la basura paso por la casa Margarita salio corriendo a ladrarle, se me cruzo por la mente un pensamiento malvado “que tal si nos ahorramos el esfuerzo y la lanzo adentro”. Mi madre mientras tanto hacia maletas, luego baño la niña gordita y le recojio los churcos con una moña amarilla de mariposa, la vistió con un vestido de encajes y paso atender a su segunda hija. Todo era perfecto, cuando volvieran del viaje le diríamos que la perra se fue una tarde detrás de unos perros y no volvió “se desapareció esa muergana, andaba alborotada”. La operación margarita al fin!, al fin!; después de tantos meses de ser planeada se llevaría a cabo y tendríamos éxito seguro. Era imposible fallar teniendo tantas cosas a nuestro favor; La casa sola, mi mamá y mis hermanas a trescientos kilómetros, el auto tenía gasolina y mi papá apoyándonos, incluso para que no desistiéramos en la ejecución de margarita; nos prometió quinientos pesos en monedas de cinco, por colaborar en tan malvado crimen. Eso era una fortuna a los siete años. .
Mi papá luego de llevar a su costilla al terminal se vino volando. Agarramos la perra y la subimos al baúl de su Mazda 323 modelo 84 de color dorado. Nos subimos y arrancamos pa Gamarra. Cuando me entere que esta era la ruta yo me empece a preocupar; "margarita sabría nadar?" "si le atamos un ladrillo a una patica podrá respirar?". La perrita chillaba y chillaba, ella sabia de nuestras negras intenciones. “Dios mio! que le van hacer, que le vamos hacer, mejor ya no”.
A mitad de camino como llegando a la estación de los antiguos ferrocarriles de Gamarra, mi papá detuvo el auto y se bajo, le abrió el baúl a la perra y esta salto desorbitada al pavimento. Estaba muerta de sed. Mi papá de inmediato corrió veloz al volante, puso primera, hizo un giro como de película y acelero rumbo Aguachica. Se escucharon carcajadas, todos nos reíamos y la perra aunque intento darnos alcance no lo logro, la veíamos todavía a lo lejos, como una volita de pelos trotando... incansable seguramente decía; "no me dejen, no me dejen, espérenme, espérenme... no íbamos a comer pescado".
De la risa y juerga, y de la satisfacción por la maldad misma de votar a la perra, a mi papá por poco lo estrella otro vehículo que venia en dirección contraria a gran velocidad. Lo esquivo como dicen los vulgares “por un pelo”, pero en la acción para salvarnos tuvo que salirse de la vía, yéndose cuesta bajo dando varios giros hasta que perdimos la conciencia. Al despertar margarita estaba a nuestro lado lambiendo-le la cara a mi papá. Mi hermano adolorido en su inhumanidad replico; "la viéramos llevado mejor vía a Bucaramanga más lejos..." .

Carmito y los peces helicóptero que querían matarlo

Carmito y los peces helicóptero que querían matarlo


El odio que según Carmito le tenían estas asombrosas criaturas empezó; cuando lo descubrieron liquidando a un Bocachico fresco.

- Primero señor Juez, lo asesino con un garrotazo en la cabeza.
 Luego lo apoyó con violencia sobre una tabla podrida, donde sin piedad alguna le quito las escamas con un cuchillo que movió de arriba abajo con vehemente rapidez, hasta que lo dejó totalmente pelado.

- Pero el inconsciente no se satisfizo con aquella abominable tortura, la cual si fuese sido ejecutada sobre un ser humano; sería similar a como arrancarle las uñas.

-Y no fue suficiente crueldad con aquello señor Juez, ya para rematar, no estando satisfecho con su crimen, se atrevió sobre un plato a recubrir a nuestro primo con sal!
  
— ¡Asesino! ¡Asesinoooo!— Grita la multitud enfurecida y a punto de linchar al pobre ebrio.

- Al rato de haber terminado —continúan los denunciantes—. El infeliz encendió una hoguera en la cima de una caja cuadrada de lata, luego puso sobre esta una parrilla metálica. Y ahí señor Juez… tostó en el acto a nuestro primo.

-¡pena de muerte!
- ¡Que lo cocinen! ¡Que lo pelen!
- ¡Siiii! merece morir.... ¡al paredón! Pa salchichón, pa la nevera.

Exclamaban los peces helicóptero durante el juicio que según Carmito le hicieron aquella vez que lo capturaron con una atarraya.
 Los hechos estaban aclarados; A Carmito los peces helicóptero lo acusaban de “Homicidio Intencional Premeditado”. Que fue lo que Dictamino el juez; una mojarra que pesaba como dos libras.

— ¡Asesino! Volvieron a gritar a coro.


Esa era la razón por la que Carmito siempre estaba armado con el machete terciado a la espalda y la caña de pescar de palo. Las llevaba para defenderse del ataque aéreo de los peces helicóptero que le tenían rabia. Y la que explicaba también porque caminaba siempre con la mirada al cielo moviendo la cabeza como un radar. Estaba pendiente de que los peces helicóptero no se lo agarraran de sorpresa. Permanecía con sus oídos escaneando el aire, alerta al ruido de piñones oxidados que producía la hélice del motor que estos animales del demonio llevaban incrustado en el lomo. Siempre listo para sacar su machete a los cuatro vientos para lapidar a cualquiera de sus enemigos y de paso “cuadrar” con los despojos el desayuno o el almuerzo.

Fue un treinta y tres de noviembre por la mañana de junio (en palabras del propio Carmito) cuando encontró aquel papel sucio que habían tirado por debajo de la puerta  y que de paso olía a pescado podrido. En la hedionda nota había un mensaje aterrador, una amenaza meditada con letras de periódico recortadas que decía entre otras cosas “que se cuidara porque lo iban a matar”; “¡te vamos a matar viejo!” Decía el papel. Y tenía además varias escamas pegadas. Desde entonces fue que Carmito tomo las precauciones del caso, rebusco entre los trastos viejos el machete de tiempos arcaicos (el que uso en la guerra de los mil días) y le saco filo con el borde de la pileta. Después tomo una cabuya de fique y la amarro a ambos extremos del alfanje para podérselo colgar como los samuráis de la antigüedad.

Según cuenta este andrajo de viejo a los pocos que escuchan sus locuras. En el mundo de los peces helicóptero existe un tribunal de justicia, las penas impuestas por tal van desde cocinar al pescado en una olla a presión hasta la pena por doramiento en aceite caliente y sin condimentos. Pero con Carmito la cosa era diferente, ya que él no era un pez, si-no humano (o por lo menos se acercaba bastante). Por lo tanto lo mejor era matarlo por honor: “ojo por ojo y escama por escama” le dijeron en aquel juicio inusitado que sólo pudo haber ocurrido en las alucinaciones moribundas de sus desvergonzadas borracheras; con volegancho, tapetusa, aguardiente adulterado y tabaco mezclado con hojas de mango.

El imperio de los peces helicóptero está ubicado en el cielo (cuenta Carmito por una cerveza). Entre la luna y el sol, cerquita de Saturno y el meridiano de Greenwich. Las coordenadas para ubicarlo son: sesenta noventa sesenta al este y un poquitico a la derecha, trazando una hipotenusa de trescientos cincuenta con veinticuatro-catorce grados Fahrenheit, al sur del cráter de la santísima prostituta —jajaja— se ríen sus bienhechores (Cuando son personas).
-Por allá fue que me llevaron estos peces del demonio, amarrado con cabuyas y alambre dulce y brincando dentro de una atarraya por la asfixia, ya que en el espacio no hay aire ni polvo para respirar.
-¡Casi me ahogo! menos mal que el juicio fue rápido y que me les pude zafar.
-Me les escape agitando mis brazos por entre las estrellas y la chatarra espacial de la Nasa.
-Volármeles no fue tan fácil señores, ya que los engendros son muy rápidos en el aire. Si no fuera por aquella laguna en la que me sumergí me hubieran agarrado otra vez y ya no estaría aquí con ustedes (a veces cuando no hay nadie que escuche su fanfarronada una manada de perros callejeros son su publico) contándoles tan buena historia.
-El agua fue lo que me salvo ya que los peces helicóptero se ahogan en el agua.

Meses después los peces helicóptero lo estaban aguaitando (según el viejo) por entre los árboles del Bosque del Aguíl. Bien armados eso sí.  Uno de ellos a los que los demás se la tenían montada con el sobrenombre de Rambo llevaba en el cinturón una puntilla oxidada.  Otro; un Bagre viejo y corrompido; traía una navaja de afeitar doble hoja Gillette. Su madre aún más rancia y casi podrida; portaba una lata filosa de atún.  Los más peligrosos eran los Coroncoros, que eran como tanques brindados con punzantes espinas en las aletas, incrustadas por la cirugía casi al natural.

Cuando lo vieron pasar por entre la vegetación que conducía a su casa, se lanzaron con toda su armada. Como una plaga bíblica dirigida, una manada de langostas hambrientas. El machete destellaba en la penumbra y la sangre brincaba con el dolor. Un chillido tras otro no dejó dormir al silencio y nadie hacia nada por detener a aquel… vil asesino, matador de porcinos.

¡Fuaz-Fuaz! la macana zumbaba contra el viento. Una pelea a muerte se libraba, pilotos suicidas contra el loco se desnucaban. Desesperados Kamikaze su vida entregaron, estrellándose contra Carmito con la esperanza de causarle alguna herida, aunque poco o de nada servía; pues él que fue carnicero y un alzado cuchillero, lanzaba patadas, daba brincos y mañosamente sus cuerpos esquivaba. Corriéndose para un lado y para el otro, en zigzag interminable. Una maniobra perfeccionada por los efectos de la damajuana (la garrafa de aguardiente que por sus venas circulaba).

—¡Mueran! Malditos animales ¡mueran!. Gritaba en pleno disfrute de sus víctimas, que ya ni para un sancocho servirían. Pues sólo quedaron pedazos y tripería.

Y así termino esta batalla con esta especie curiosa, con motores injertados en el cuerpo y una vida bastante ruidosa. Un pescado que estaba a la mitad, la última esperanza de esta raza sin igual, quedo pegado con sus dientes al dedo gordo del pie, mordiéndolo aún, estaba casi moribundo, con sus entrañas chorreándole por atrás. Partido de un tajo ya no tenía cola, era un pobre animal trozado, mocho. El pobre lloriqueaba de rabia porque sabía que ya estaba muerto o lo estaría pronto.

  
Edwin B. Quintero
Derechos Reservados
edwinbladimir@gmail.com


Los peces helicóptero en pleno vuelo:














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Dibujo realizado por el Artista Leonardo Carreño:
























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El cuento fue publicado en el periódico Vanguardia Liberal:





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También fue publicado en la Revista Palabrero Virtual:

















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Y en la Revista de Humanidades de la UIS (Universidad Industrial de Santander):


Las Nocturnas de Matildo

Las Nocturnas de Matildo


Una gata vino hoy a mi casa a formarme la grande. Aseguraba que mi gato Matildo era el padre de sus hijos. Estaba furiosa, refunfuñaba que Matildo le había prometido el mundo y una caja de cartón, pero que luego no lo volvió haber: "Me la hizo, ese gato suyo me la hizo, consiguió lo que quería y mire como me rasguño toda la espalda". La tranquilice y llame a Matildo, pero nada que vino, Matildo salto por la paredilla y me dejo el problema. Por fortuna pude llegar a un arreglo con la Gata. La tranquilice con una puñadita de purina y al final ella me confeso que solo tenia hambre y que el padre de sus hijos no era Matildo, que eran varios padres, sino que le vio cara de bobo, tonto a Matildo y quiso aprovecharse. También tuve que darle la caja donde duerme Matildo.

Edwin B. Quintero
edwinbladimir@gmail.com