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miércoles, 1 de marzo de 2017

Los extraños frutos del palo de papaya

Del palo de papaya florecieron unos peces frescos. Azules, largos y brillantes. El primero en descubrirlos fue mi pequeño hermano Heiver. El niño se levanto temprano a jugar con sus carritos en el solar (de la casa de la carrera 37) como era su costumbre. Mientras delineaba complicadas autopistas (por la tierra negra y húmeda) escucho unos aletazos por lo alto de su cabecita. Elevo la vista y se estremeció, pero no por susto; sino de la impresión que le causaba ver pescados vivos colgando de uno de los palos de papaya.
El niño empezó a gritar para llamar la atención, pero como nadie le había escuchado; resolvió tirarles piedras. Estos chillaban cuando se les golpeaba. A Heiver le siguió gustando, y los maltrato un rato por mero placer vicioso.
En esas me levante para orinar y luego volver a la cama. Fue en esas cuando divise a mi hermanito a lo lejos, estaba encarnizado tirando piedras. Le grite que dejara los pájaros quietos.
- no son pájaros exclamo extasiado.
-Ah no? entonces que son ¿iguanas?. 
-nada de eso... son unos papaya-pescados que nacieron hoy ven a mirarlos.
-Unos papaya que... chino loco.
¡Increíble! ahí estaban colgando cada uno de su pedúnculo independiente. Recibiendo agua y alimento de la planta madre como si fueran unas frutas cualquiera. 
Mi mamá no se lo podía creer, la llevé a qué los viese y enseguida se desmayó del susto. 
Asombroso! de un simple palo de papayas habían salido peces tiernos y al acercarnos movían sus aletas.
Cuando nuestra madre despertó, tenía la cara descompuesta y al volver a mirar los animales se echo encima la señal de la muerte; la cruz. Y corrió hacia la cocina, buscó el machete y se lanzó como una loca a cortar el palo de papaya.Yo se lo impedí cogiéndola del brazo y me moleste con ella porque no quería que los matara.
-¡Suéltame! no te das cuenta del peligro... tenemos que cortarlos.
-No los mates mamá grito mi hermanito Heiver y agrego entusiasmado: que tal que sean Pokemones.
A pesar de todo mi mamá no desistió de su idea original, quería destazarlos, deshacerse de lo que a su parecer eran unos mutantes peligrosos, les temía y quería deshacerse de ellos a como diera lugar. Pensaba que podían contagiarnos alguna enfermedad. Por tal temor fue que me vi obligado a hacerles guardia.
No puedo negar que los peces se veían sabrosos, cuando llovía las escamas les brillaban con singular ilusión y sus cuerpos cada vez más gordos a medida que crecían, era una tentación al paladar que evitaba a toda costa, pues tener unos peces vivos colgando de un árbol, colgando como aguacates; era una maravilla que no se podía dar todo el mundo. Una rareza como esa tendría que valer millones.
Con aquel argumento fue que logré persuadir a mi mamá para que dejara los prejuicios contra las criaturas. Por un tiempo decidimos guardar el secreto, nadie se podía enterar hasta saber como sacarles provecho.
Por desgracia nos demoramos mucho pensando la forma, los peces se maduraron y una mañana los encontramos a todos revolcándose en el suelo. Lastima. 
Sin embargo estaban sabrosos, todavía recuerdo la cara de Lucha chupándose los dedos.


Edwin B. Quintero

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