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miércoles, 12 de abril de 2017

Vida inteligente en mi cobija

Existe un mundo entero de criaturas microscópicas habitando en mi cobija. Tres de las cuales parece que tienen vida inteligente, el resto son un montón de especies diferentes, animalitos que sólo viven para llenar el buche. Al parecer no son capaces de verme, no se han dado cuenta que estoy aquí afuera y que todo su universo es tan sólo una cobija vieja.
La primera especie inteligente son los Wichus; unas criaturas que han desarrollado un paraguas de tejidos membranosos, el cual brota a voluntad de su cabeza para protegerse de las lluvia ácida que golpea la cobija mientras duermo. Tienen tres patas delgadas como un trípode, que pueden recoger o alargar como mejor les convenga. Su cabeza es un enorme ojo amarillo transparente y sus brazos carecen de dedos. Debido a la limpidez de su piel, es que resulta fácil verles al completo los nervios y las conexiones de los órganos. El paraguas lo llevan incrustado por encima del ojo, conectado con un tubo de hueso que parte desde el cerebro, sostiene el enorme ojo y hace las veces de columna vertebral. Son muy raros. 
Este sencillo sistema de sostenimiento (el tubo) es muy codiciado por los Klecos; la otra especie inteligente de la cobija y a la que los Wichus tienen mucho miedo. Porque con sus tubos fabrican lanzas para cazar y defenderse de los Yilos, que por otro lado son sus enemigos de toda la vida. No hay duda que es un mundo primitivo, cualquier cobija lo sería. Desde hace tiempo estoy observándoles con mi microscopio adaptado, aún desde que era muy niño. Es un entretenimiento al acostarme, ya hasta les tengo cariño. Me acostumbré a ellos; a su diario vivir, sus fiestas y sus batallas desgarradoras. Luchas intestinas para sobrevivir. 
Con mis observaciones he logrado comprender a las tres especies conscientes y he clasificado cerca de noventa sub-especies mas. De los dos reinos, entre animalitos pegajosos y vegetales que cuando se aburren del mismo sitio se cambian de lugar. Pero algo me dice que debe haber mas criaturas, solo que no los puedo ver. Las interacciones, los cambios y el respeto a ciertos territorios me dan a entender que hay otros, debe haber millones quizás.
 Las guerras entre las criaturas se dan en mayor parte por las invasiones de los territorios por la tribu contraria. Y yo lo entiendo, cualquiera que viviese en una cobija pequeña, sucia y rasgada, se daría cuenta que no ofrece mucho espacio. Es mas, a mí mismo no me alcanza a cubrir por entero. Los pies siempre se me quedan por fuera. Por tal motivo en cierta ocasión pensé en que si les ampliaba el terreno acabaría con las guerras. Por tanto me hice de dos cobijas de lana de gran tamaño y las cocí a la cobija original con la aguja gruesa para zapatos, que conseguí de la caja de herramientas. Después las estiré por completo por toda la habitación y esperé vigilante a que las criaturas descubrieran los nuevos continentes. Para gozarme del acontecimiento hice reventar una buena cantidad de maíz Pira en el microondas, y las acompañé con un litro de gaseosa sabor uva. Acerqué la mesa a la cama e instalé en ésta mi rústico microscopio, no quería perderme nada. Mientras observaba empecé a preguntarme: ¿Quién sería mi Magallanes? ¿Quién asumiría el papel de Cristóbal Colón? ¿Quiénes pondrían primero la bandera? ¿Traería paz la nueva tierra? o ¿Originaría una nueva serie de guerras sangrientas impulsadas por la ambición y la codicia?.   
Pero mi propósito se deshizo, pasó una desgracia grande, la nueva tierra no trajo la paz esperada. Al contrario, el sistema empeoró. Las criaturas no podían cruzar a las nuevas cobijas, ya que al parecer existía un poder especial en la vieja cobija que no se traspaso a las nuevas. El experimento fue un completo desastre. Las cobijas agregadas resultaron ser una barrera que les impedía cruzar entre ellas. Es decir, al respaldo, a la parte de abajo o de arriba, según como estuviera dispuesto su mundo. Eso es pura relatividad.
Solo quedaban abiertas las rutas de los extremos de la cobija original, pero éstas fronteras eran territorio de Yilos y quiénes se atrevían a pasar por ahí eran cruelmente masacrados. En lugar de extender sus dominios y ayudarles a que dejasen de matarse por la falta de espacio, lo empeoré todo. Dividiendo su mundo, arruinando su comercio y por si fuera poco; alejando a los seres queridos unos de otros. Se dio una crisis tremenda.
Durante ese breve tiempo, que para mi eran como minutos pero para ellos fueron como largos años de oscuridad. La cobija se tiñó de desolación, había regueros de sangre color anaranjada por muchos lados, me sentí muy mal por ello, porque las víctimas eran incontables. Me armé de valor y para restablecer el orden rompí con furia las puntadas de las cobijas nuevas y las lancé a un lado, sin embargo su mundo no volvió a ser como antes. Las especies conscientes empezaron a preguntarse qué había pasado, quién había levantado la barrera y quien la había borrado también de repente. Sintieron un profundo temor en el corazón. Fue en aquel momento que elevaron las miradas al cielo y dedujeron, tras un razonamiento simple, que no estaban solos. Había algo superior fuera de la cobija. También descubrí que a pesar de que ellos no podían verme, yo sí podía intervenir en sus asuntos y alterar su mundo, lo que me llevaría a ser como un dios ante ellos. Pero yo como ningún otro ser, no estaba construido para ser como un dios. No obstante quise intentarlo, llevado por mi ego y deseos de poder. Igual que satanás cuando quiso usurpar la gobernación real del Dios verdadero. 

Necesite valerme de algo que me permitiera entenderlos, por supuesto algo que me permitiera dar a conocer quien era yo. Pero como ellos no podían escucharme ni verme, se me ocurrió la idea de re-programar un nanobot (un robot pequeñísimo) con instrucciones precisas. Lo mismo que hizo Jehová cuando envió a Jesús a la tierra. 

Tome el muñequito y lo bajé a la superficie de la cobija, rogando que lo pudieran ver. Temía que por ser un ente externo pasara desapercibido o lo ignoraran como a una roca.
Mi nanobot era especial, lo diseñé al tamaño exacto de un Wichu promedio, para que pudiera ser aceptado. Pero también lo hice más fuerte, para que los Klecos y los Yilos no le despedazaran —eso creía—. Mi nanobot tenía en la planta de los pies unas agujas, así como la de los zapatos para la nieve. El propósito de este ingenio era que el nanobot permaneciera siempre unido o atado a la cobija, para que fuera asimilado por ésta. Tal como pasó con las cobijas nuevas unidas por nailon. Por fortuna cuando mi nanobot tocó la superficie, las criaturas lo notaron, éste de inmediato inició la tarea para la cual había sido programado.
Por desgracia a las criaturas les causó mucho miedo el aparatito parlante, no quisieron escucharlo y me lo levantaron a piedras hasta desportillarle los circuitos…
... Entonces enfurecí de verdad y en un ataque de ira levante la cobija con todas las criaturitas que vivían dentro de ella  y la introduje en un balde con agua. Ahogando en el acto a todos ésos mal nacidos hijos de su madre.


Edwin B. Quintero
edwinbladimir@gmail.com



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